Jueves 18 de Octubre de 2007
Hoy sí que amanecimos temprano. Hoy inaugurábamos una nueva etapa en nuestro viaje, una nueva aventura. Hoy íbamos rumbo a Marrakech!!!
Desayunamos tempranito, esta vez no al aire libre porque estaba un poco fresco por la mañana.
Empacamos lo mejor que pudimos, sacamos toda la basura del coche, y emprendimos el viaje. Sería nuestra última aventura a bordo del Picante, nuestro amigo fiel...
Le pegamos bastante directo a través del Valle del Dades, ya que sabíamos que el cruce del Atlas nos llevaría bastante tiempo. El paisaje estaba mucho más vivo que a la ida, los colores más limpios, el cielo de un azul fulgurante, supongo que debido al tormentón de la noche anterior.
Cuando aparecieron las montañas a nuestra derecha, casi se me va el alma del cuerpo, las cimas más altas del Atlas estaban completamente cubiertas de nieve!! Completamente!! Por Dios, era una vista tan impresionante! A nuestro lado, a un par de metros, un suelo completamente desértico y árido, y al levantar la vista, un inmenso manto blanco cubriendo las montañas multicolores. Increíble, un contraste que me dejó boquiabierta.
Hicimos un muy buen promedio, y antes de lo pensado, ya estábamos subiendo las primeras cuestas del inmenso Atlas. La progresión fue a la inversa que a la ida, y esta vez fuimos pasando del amarillo al verde, del desierto al bosque. No sé por qué pero el cruce me pareció mucho más hermoso esta vez (tal vez porque venía conduciendo yo? :D)
Los bosques de pinos me hicieron acordar a Va Gral Belgrano y alrededores, el olor a madera y savia, las piñas en el suelo... Sentía la necesidad de respirar profundamente y almacenar todo eso en mis pulmones.
Al final no vimos nieve, ni en el punto más alto. La nevada había sido mucho más al noreste de donde estábamos cruzando. Bueno... mejor... igual, no teníamos cadenas para el Picanto... :P
Luego del Atlas, la ruta no ofrecía nada interesante... Así que al cabo de unas horas, ya un poco ansiosos, arribamos a los confines de la ciudad de Marrakech!!
Un capítulo aparte merecen las vueltas que dimos para encontrar el aeropuerto. Sorprendentemente parecíamos no poder encontrar una sola persona que hable aunque sea francés, así que nuestros intentos se iban en “Aegopogt!! Fiuuuuuuu!!! (haciendo avioncito con la mano) Pour aller al’aeroport!!” y luego de mirarnos raro, nos indicaban una dirección. Al cabo de unas cuadras, más perdidos que antes, preguntábamos otra vez y nos mandaban para el lado contrario!! Al fin (y luego de pasar por varios boulevares, avenidas, callejuelas y demás) encontramos un cartel, y luego otro, y ya no les perdimos el rastro hasta alcanzar el Menara Aeroport.
Mientras Mário hacía el papeleo, yo esperé en el coche con todo el equipaje. Y mientras, me iba despidiendo de él. :D Se había portado tan bien con nosotros!! Y eso que hasta le dimos un paseo 4x4!! Vino el tipo de Europcar a hacer todos los chequeos pertinentes y tras asegurarse que estaba todo en orden, y con una enorme sonrisa en la cara, nos estrechó la mano y nos dio su número de móvil personal, para la próxima vez que visitemos Marrakech.
Y aquí fue cuando comenzó nuestra aventura Marrakechiana :D
Tomamos un taxi (un Fiat Uno como el de mamá!!) lleno de peluches y felpa por todos lados, hasta la plaza Djemaa El Fnaa, el corazón palpitante de la Medina de Marrakech. Nos dejó tan cerca cómo pudo, sin internarse en el caos.
Maletas en mano nos mandamos por una peatonal que saldría derecho a la plaza, en busca de nuestro hotel elegido por la guia. La peatonal esta, salvando las diferencias, tenía un aire a nuestra ya vieja conocida Rambla de Barcelona, pero nunca supimos identificar bien por qué. A mitad de camino, y bastante de repente, Mário se gira y encara a una pareja que pasaba con un “Desculpa aí!”. Yo no entendía nada, de golpe se le dio por hablar portugues con la gente en pleno Marrakech?? Había sido que sus interlocutores eran portugueses también (no sé como los identificó) y entonces Mário aprovechó para robarles un par de consejos sobre la ciudad.
Al final de la calle ya podíamos oir el barullo efervescente de Djemaa el Fnaa... Antes de llegar, doblamos a la derecha, por un pequeño pasaje. Ahí es donde se encontraba el Palace Hotel, jejeje. Preguntamos precio y comodidades, nos mostraron una habitación... mmmm... y si miramos un poco más?? El resto estaban peores... Aquí no hay tantas facilidades, en plena ciudad, con tanta competencia, y el turista tiene que conformarse con lo que le ofrecen o irse a otro lado... Volvimos al Palace, que no estaba tan mal, sólo que la única habitación que tenían para nosotros tenía el baño fuera, y dos camas de plaza y media... y bueeeeno... si estamos acostumbrados a caber en una de una plaza...
Lo que más me gustó del hotel es que tenía un hermoso patio interno con mesitas, lleno de azulejos y con mucho verde... muy marroquí!!!
Ahí nomás tiramos todas nuestras cosas, nos pegamos una lavada de cara y salimos a la aventura!!
Joder, y qué aventura!! Apenas nos asomamos a la plaza, me embargó el vértigo. Había tanto movimiento! Tanta gente! Tanto ruido!! Tantas cosas sucediendo al mismo tiempo!! Me dio un poco la misma sensación que me daba en Nueva York cuando salíamos de noche a la calle y había todo en demasía.
Lo primero que hicimos fue sentarnos a almorzar. Eran las cuatro y media de la tarde y estábamos muertos de hambre!! Así que intentando ignorar todas las sensaciones nuevas, nos sentamos en el primer sitio que encontramos. No fue la mejor comida que hemos comido, pero sirvió a su fin, y estábamos listos para largarnos a la carrera.
Cómo explicar Djemaa el Fnaa?? Mmmm.... Es como... un perimetro... si... irregular... mmm... peatonal... no... casi... mmmm....
Es una gigantesca plaza pavimentada, un hervidero de actividad, un escenario de talentos, un hipermercado de cosas, una dimensión paralela, un corazón a mil, un nudo vial, un gigantesco teatro, un viaje al pasado, un licuado de emociones... todo eso y mucho más.
La primera impresión asusta un poco, te agarra desprevenido... el sonido de las flautas de los encantadores de serpientes, la percusión de los improvisados bailarines callejeros, turistas y locales por igual yendo y viniendo sin un patrón establecido, los coches, y sobre todo las motos, que pasan sin cuidado por entre la gente por una calle imaginaria, los olores que se mezclan con los sonidos, los vendedores de agua y sus coloridos trajes, los pobres monitos atados, los puestos de jugos citricos, las demostraciones artisticas, las intimidantes tatuadoras de henna... es que es interminable... incesante... increíble... Y dominando todo el paisaje, con aire orgulloso, el enorme minarete de la Mezquita Koutubia.
Yo iba prendida a mi príncipe como garrapata. Me intimidaba un poco tanto caos. Mário tenía los ojos bien abiertos, esto es el tercer mundo...
Luego de algunas vueltas desdibujadas, nos metimos en el souq, otro mundo aparte. Una complicada telaraña de pasajes precariamente techados para protegerse del inclemente sol del desierto, donde puedes encontrar cualquier cosa. Uno al lado del otro, centenas y centenas de negocios vendiendo cerámica, lámparas, instrumentos musicales, ropa, especias, cuadros, pantuflas, bicicletas, pufs, artesanías en madera, metal, cuero o vidrio, alfombras, comida, hierbas, souvenirs industriales, platos, juegos de té, camisetas...
Pasear por el souq es toda una aventura, no solo tienes que esquivar las motos que pasan como si estuvieran en la autopista, si no también a los vendedores, que te acosan con sus ofertas a cada paso. “Look! My friend! Amigo! Español?? Two Euros! Mira! English?? Come! Bonito!!” Obviamente yo era completamente ignorada, las ofertas iban dirigidas al macho, que es el encargado de los negocios. La mujer, como mucho, puede decidir si algo le gusta o no, y de ahí, el resto es trabajo de hombres. Si mostrabamos el más mínimo interés en algún artículo, estábamos automàticamente perdidos en una catarata de verborragia vendedora.
Más bien de casualidad, y gracias a un poco de sentido común (es decir, seguir el grueso de la corriente de personas) volvimos a salir a Djemaa el Fna.
Y otra vez volvió a sorprendernos. El paisaje había cambiado rotundamente y la plaza bullía con cientos de puestos de comida ordenadamente montados. De repente ya no sonaban las flautas. Fueron reemplazadas por el escalofriante llamado de las mezquitas. Dejenme decirles, aquí en Marrakech fue mucho más impresionante que en el desierto... jejeje. Supongo que será debido a la mayor concentración de mezquitas en los alrededores, todas llamando al unísono a sus fieles... Incluso tuvimos la suerte de ver algunos de ellos metiéndose misteriosamente por unas puertitas, jeje...
Tanto de golpe puede agobiar a cualquiera. Necesitábamos sacar la cabeza fuera del agua y respirar un poco... Esas altas terrazas de los restaurantes parecían el puerto ideal. Elegimos una al azar y subimos, por suerte encontramos sitio facilmente. Dejamos pasar un poco el tiempo, acompañado de un delicioso té de menta. Desde ahí arriba se podía observar inmune, el ordenado caos de la plaza. Sólo el humo de los improvisados restaurantes allí abajo podía alcanzarnos.
Tanto oler cosas raras abre el apetito, así que al fin nos decidimos a bajar de nuestro parapeto, zambullirnos brevemente en la locura, para volver a subir de nuevo a otro refugio, jejejeje. Esa noche cenamos en un restaurant super pijo con una vista impresionante. Como diría el Andrés: “Me encanta jugar a ser grande!!”.
Esquivando motos, bicicletas, taxis, carros y gente, volvimos al hotel, derecho a los brazos de Morfeo… Había sido un día fantástico, pero bastante agotador… El bullicio nocturno de Marrakech contrastaba con la paz del desierto, pero eso no impidió que vuelva a dormir como un bebé, como siempre que estoy de vacaciones…
Hoy sí que amanecimos temprano. Hoy inaugurábamos una nueva etapa en nuestro viaje, una nueva aventura. Hoy íbamos rumbo a Marrakech!!!
Desayunamos tempranito, esta vez no al aire libre porque estaba un poco fresco por la mañana.
Empacamos lo mejor que pudimos, sacamos toda la basura del coche, y emprendimos el viaje. Sería nuestra última aventura a bordo del Picante, nuestro amigo fiel...
Le pegamos bastante directo a través del Valle del Dades, ya que sabíamos que el cruce del Atlas nos llevaría bastante tiempo. El paisaje estaba mucho más vivo que a la ida, los colores más limpios, el cielo de un azul fulgurante, supongo que debido al tormentón de la noche anterior.
Cuando aparecieron las montañas a nuestra derecha, casi se me va el alma del cuerpo, las cimas más altas del Atlas estaban completamente cubiertas de nieve!! Completamente!! Por Dios, era una vista tan impresionante! A nuestro lado, a un par de metros, un suelo completamente desértico y árido, y al levantar la vista, un inmenso manto blanco cubriendo las montañas multicolores. Increíble, un contraste que me dejó boquiabierta.
Hicimos un muy buen promedio, y antes de lo pensado, ya estábamos subiendo las primeras cuestas del inmenso Atlas. La progresión fue a la inversa que a la ida, y esta vez fuimos pasando del amarillo al verde, del desierto al bosque. No sé por qué pero el cruce me pareció mucho más hermoso esta vez (tal vez porque venía conduciendo yo? :D)
Los bosques de pinos me hicieron acordar a Va Gral Belgrano y alrededores, el olor a madera y savia, las piñas en el suelo... Sentía la necesidad de respirar profundamente y almacenar todo eso en mis pulmones.
Al final no vimos nieve, ni en el punto más alto. La nevada había sido mucho más al noreste de donde estábamos cruzando. Bueno... mejor... igual, no teníamos cadenas para el Picanto... :P
Luego del Atlas, la ruta no ofrecía nada interesante... Así que al cabo de unas horas, ya un poco ansiosos, arribamos a los confines de la ciudad de Marrakech!!
Un capítulo aparte merecen las vueltas que dimos para encontrar el aeropuerto. Sorprendentemente parecíamos no poder encontrar una sola persona que hable aunque sea francés, así que nuestros intentos se iban en “Aegopogt!! Fiuuuuuuu!!! (haciendo avioncito con la mano) Pour aller al’aeroport!!” y luego de mirarnos raro, nos indicaban una dirección. Al cabo de unas cuadras, más perdidos que antes, preguntábamos otra vez y nos mandaban para el lado contrario!! Al fin (y luego de pasar por varios boulevares, avenidas, callejuelas y demás) encontramos un cartel, y luego otro, y ya no les perdimos el rastro hasta alcanzar el Menara Aeroport.
Mientras Mário hacía el papeleo, yo esperé en el coche con todo el equipaje. Y mientras, me iba despidiendo de él. :D Se había portado tan bien con nosotros!! Y eso que hasta le dimos un paseo 4x4!! Vino el tipo de Europcar a hacer todos los chequeos pertinentes y tras asegurarse que estaba todo en orden, y con una enorme sonrisa en la cara, nos estrechó la mano y nos dio su número de móvil personal, para la próxima vez que visitemos Marrakech.
Y aquí fue cuando comenzó nuestra aventura Marrakechiana :D
Tomamos un taxi (un Fiat Uno como el de mamá!!) lleno de peluches y felpa por todos lados, hasta la plaza Djemaa El Fnaa, el corazón palpitante de la Medina de Marrakech. Nos dejó tan cerca cómo pudo, sin internarse en el caos.
Maletas en mano nos mandamos por una peatonal que saldría derecho a la plaza, en busca de nuestro hotel elegido por la guia. La peatonal esta, salvando las diferencias, tenía un aire a nuestra ya vieja conocida Rambla de Barcelona, pero nunca supimos identificar bien por qué. A mitad de camino, y bastante de repente, Mário se gira y encara a una pareja que pasaba con un “Desculpa aí!”. Yo no entendía nada, de golpe se le dio por hablar portugues con la gente en pleno Marrakech?? Había sido que sus interlocutores eran portugueses también (no sé como los identificó) y entonces Mário aprovechó para robarles un par de consejos sobre la ciudad.
Al final de la calle ya podíamos oir el barullo efervescente de Djemaa el Fnaa... Antes de llegar, doblamos a la derecha, por un pequeño pasaje. Ahí es donde se encontraba el Palace Hotel, jejeje. Preguntamos precio y comodidades, nos mostraron una habitación... mmmm... y si miramos un poco más?? El resto estaban peores... Aquí no hay tantas facilidades, en plena ciudad, con tanta competencia, y el turista tiene que conformarse con lo que le ofrecen o irse a otro lado... Volvimos al Palace, que no estaba tan mal, sólo que la única habitación que tenían para nosotros tenía el baño fuera, y dos camas de plaza y media... y bueeeeno... si estamos acostumbrados a caber en una de una plaza...
Lo que más me gustó del hotel es que tenía un hermoso patio interno con mesitas, lleno de azulejos y con mucho verde... muy marroquí!!!
Ahí nomás tiramos todas nuestras cosas, nos pegamos una lavada de cara y salimos a la aventura!!
Joder, y qué aventura!! Apenas nos asomamos a la plaza, me embargó el vértigo. Había tanto movimiento! Tanta gente! Tanto ruido!! Tantas cosas sucediendo al mismo tiempo!! Me dio un poco la misma sensación que me daba en Nueva York cuando salíamos de noche a la calle y había todo en demasía.
Lo primero que hicimos fue sentarnos a almorzar. Eran las cuatro y media de la tarde y estábamos muertos de hambre!! Así que intentando ignorar todas las sensaciones nuevas, nos sentamos en el primer sitio que encontramos. No fue la mejor comida que hemos comido, pero sirvió a su fin, y estábamos listos para largarnos a la carrera.
Cómo explicar Djemaa el Fnaa?? Mmmm.... Es como... un perimetro... si... irregular... mmm... peatonal... no... casi... mmmm....
Es una gigantesca plaza pavimentada, un hervidero de actividad, un escenario de talentos, un hipermercado de cosas, una dimensión paralela, un corazón a mil, un nudo vial, un gigantesco teatro, un viaje al pasado, un licuado de emociones... todo eso y mucho más.
La primera impresión asusta un poco, te agarra desprevenido... el sonido de las flautas de los encantadores de serpientes, la percusión de los improvisados bailarines callejeros, turistas y locales por igual yendo y viniendo sin un patrón establecido, los coches, y sobre todo las motos, que pasan sin cuidado por entre la gente por una calle imaginaria, los olores que se mezclan con los sonidos, los vendedores de agua y sus coloridos trajes, los pobres monitos atados, los puestos de jugos citricos, las demostraciones artisticas, las intimidantes tatuadoras de henna... es que es interminable... incesante... increíble... Y dominando todo el paisaje, con aire orgulloso, el enorme minarete de la Mezquita Koutubia.
Yo iba prendida a mi príncipe como garrapata. Me intimidaba un poco tanto caos. Mário tenía los ojos bien abiertos, esto es el tercer mundo...
Luego de algunas vueltas desdibujadas, nos metimos en el souq, otro mundo aparte. Una complicada telaraña de pasajes precariamente techados para protegerse del inclemente sol del desierto, donde puedes encontrar cualquier cosa. Uno al lado del otro, centenas y centenas de negocios vendiendo cerámica, lámparas, instrumentos musicales, ropa, especias, cuadros, pantuflas, bicicletas, pufs, artesanías en madera, metal, cuero o vidrio, alfombras, comida, hierbas, souvenirs industriales, platos, juegos de té, camisetas...
Pasear por el souq es toda una aventura, no solo tienes que esquivar las motos que pasan como si estuvieran en la autopista, si no también a los vendedores, que te acosan con sus ofertas a cada paso. “Look! My friend! Amigo! Español?? Two Euros! Mira! English?? Come! Bonito!!” Obviamente yo era completamente ignorada, las ofertas iban dirigidas al macho, que es el encargado de los negocios. La mujer, como mucho, puede decidir si algo le gusta o no, y de ahí, el resto es trabajo de hombres. Si mostrabamos el más mínimo interés en algún artículo, estábamos automàticamente perdidos en una catarata de verborragia vendedora.
Más bien de casualidad, y gracias a un poco de sentido común (es decir, seguir el grueso de la corriente de personas) volvimos a salir a Djemaa el Fna.
Y otra vez volvió a sorprendernos. El paisaje había cambiado rotundamente y la plaza bullía con cientos de puestos de comida ordenadamente montados. De repente ya no sonaban las flautas. Fueron reemplazadas por el escalofriante llamado de las mezquitas. Dejenme decirles, aquí en Marrakech fue mucho más impresionante que en el desierto... jejeje. Supongo que será debido a la mayor concentración de mezquitas en los alrededores, todas llamando al unísono a sus fieles... Incluso tuvimos la suerte de ver algunos de ellos metiéndose misteriosamente por unas puertitas, jeje...
Tanto de golpe puede agobiar a cualquiera. Necesitábamos sacar la cabeza fuera del agua y respirar un poco... Esas altas terrazas de los restaurantes parecían el puerto ideal. Elegimos una al azar y subimos, por suerte encontramos sitio facilmente. Dejamos pasar un poco el tiempo, acompañado de un delicioso té de menta. Desde ahí arriba se podía observar inmune, el ordenado caos de la plaza. Sólo el humo de los improvisados restaurantes allí abajo podía alcanzarnos.
Tanto oler cosas raras abre el apetito, así que al fin nos decidimos a bajar de nuestro parapeto, zambullirnos brevemente en la locura, para volver a subir de nuevo a otro refugio, jejejeje. Esa noche cenamos en un restaurant super pijo con una vista impresionante. Como diría el Andrés: “Me encanta jugar a ser grande!!”.
Esquivando motos, bicicletas, taxis, carros y gente, volvimos al hotel, derecho a los brazos de Morfeo… Había sido un día fantástico, pero bastante agotador… El bullicio nocturno de Marrakech contrastaba con la paz del desierto, pero eso no impidió que vuelva a dormir como un bebé, como siempre que estoy de vacaciones…
2 comentarios:
buenisimo, exòtico como dirìa Andres LCH
No hay nada más bonito que recordar las cosas lindas, verdad? Ya no me acordava de los detalles ;)
Beso
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