Amanecio tan pacificamente como habia anochecido. En el silencio completo, solo se escuchaban los mudos pasos de Faraji en la arena del Sahara. Iba y venia ocupado en quién sabe que tareas.
Yo estaba en el paso intermedio entre sueño y vigilia. Senti que Mário se incorporaba. Calladamente me besó la frente y salió de la tienda.
Aun se veian algunas estrellas, pero solo por la magia del lugar, porque el cielo ya estaba claro. Faraji habia pasado la noche a la intemperie, por puro gusto nomas, al lado de una fogata.
Medio espiando, vi que Mário hablaba con Faraji. Al poco se dio media vuelta con una sonrisota enorme y se acercaba a la tienda a grandes pasos. “Nis!” lo escuché de lejos (es que le sale con acento portugués :p), me hice la que ya estaba despierta. “Dice Faraji que si nos apuramos, podemos ver el amanecer desde aquella duna!!” Asi que alla fuimos. Medio por las dudas, medio puro esperanza, llevamos las camaras de fotos, ambas con las baterias agotadas. Y tambien una botella de agua vacia (no, no somos tontos, era pa llenarla de arena!)
Subir me costo mas de lo que pensaba (tengo que dejar de fumar...) pero al final llegamos a la cima. Y ahí si que perdi el aliento, mas que por el esfuerzo, por la impresionante vista que teniamos...
Puro desierto....
Puede sonar a poco, pero creanme que es una vista inolvidable, indescriptible. Solo arena a tu frente, y al final, el horizonte, que se ponia cada vez mas rojizo. Iba a ser un amanecer de puta madre...
Alcanzabamos a ver al menos dos campamentos mas, alla a lo lejos. Y hacia atrás, descubrimos que nuestros camellos “pastaban” bastante lejos del nuestro. Faraji continuaba yendo y viniendo.
Nos dimos la vuelta, casi distraidamente, a esperar al glorioso Dios Sol. Y glorioso fue sin dudas, aquel amanecer. Sentados en lo alto de la duna, abrazados como si fuera el fin del mundo, una inmensa sonrisa en el rostro, y el corazon lleno por tener el privilegio de vivir esas cosas, ese amanecer, ese paisaje, esa paz, y este amor...
Nos olvidamos del mundo y nos quedamos un buen rato jugando en la arena, deslizandonos como si fuera nieve, metiendo la mano para sentir lo tibia que estaba por dentro, llenando la botella que con suerte nos acompañaria de vuelta, y admirando una y otra vez nuestro maravilloso entorno.
Al cabo nos acordamos de Faraji, y nos dimos la vuelta a ver donde andaba. Lo vimos a lo lejos, trayendo los camellos de vuelta al campamento. Él tambien nos vio, y nos hizo señas de que bajáramos a desayunar. Le hicimos caso, y emprendimos el descenso.
Desayunamos fuera, al costado de la carpa, al abrigo del solcito que calentaba cada vez mas. Obviamente el infaltable té de menta, y pan arabe con queso.
Y después... era hora del regreso. Esta vez cambiamos el orden, Mário por delante y yo detrás. Faraji conducía la minicaravana con la misma tranquilidad que a la vuelta. Yo, sin el peso de tener que sacar fotos (ya que no tenia camara) iba admirando el paisaje y reflexionando sobre lo que habiamos vivido (y concentrada en no sentir el dolor que el viaje me producia en los huesitos del trasero, que ya estaban sensibles de la ida... :p).
En medio del trayecto y sin previo aviso, faraji se detuvo y se lanzo de rodillas al suelo. Yo dije “Cagamos, le agarro justo la hora de rezar en pleno desierto!!”. Para mi inmensa sorpresa (y la de Mário, que me miró riendo), nuestro guia, de rodillas en la arena y con la cabeza gacha, estaba orinando. Pues... que la naturaleza llama, y hay que atenderla! Y me parecia poco probable que haya un baño publico en el desierto. Asi que ahí estabamos los dos, sentados en lo alto de sendos camellos, el de Mário quejandose porque habiamos parado, y nuestro guia meando en la arena.... Cuando termino, se paso unos buenos minutos limpiandose el miembro con arenita (ojo que yo nunca se lo vi, eh??)
Bueno, luego retomamos el viaje y con él, la reflexión y demás... jejeje
Al cabo de la hora y media de viaje llegamos otra vez a Les Mille et Une Nuits. Allí nos esperaba Youssef y compañía, con más té de menta. Estuvimos un rato conversando con ellos de nuestra experiencia, y les hicimos la promesa de que el año que viene volveríamos a por más. Una excursión de una semana hasta Erg Chigaga, donde se ven dunas de más de 600mts de alto...mmm... no suena nada mal, no??
Nos pegamos sendas duchas terriblemente balsamicas (y de paso me puse Hipoglós en el trasero, :P) y nos fuimos a la tienda de Youssef, jeje. A Mário le habian dicho que el desierto era la mejor zona pa comprar alfombras. Y hete aquí que la familia de Youssef hacia alfombras, y que él estaba bastante interesado en la botella de whisky que Mário alegaba tener.
Así que fuimos en el coche hasta el pueblito que habiamos pasado antes, y continuamos a pie por entre los laberinticos pasillos de la kasbah, hasta la tienda de Youssef. Fue como entrar en un mundo magico, “aladinico”, de alfombras voladoras, sultanes y lamparas, jejejep. La antigua construccion estaba enteramente forrada en alfombras, paredes y suelo cubiertos de todos los colores. En la planta de abajo se hacian, alli estaban los telares y madejas. Y en la parte de arriba se hacian los negocios :D
Primero empezo por enseñarnos los diferentes estilos, y a reconocer los diferentes hilos. Estilo del Drâa, berber, beduino... pelo de camello, algodón, hilo de seda... ya estábamos mareados. Luego de desplegar unas 25 alfombras de todos los colores y estilos, Mário le dijo que solo le interesaban amarillas, asi que desplegó unas quince mas, todas amarillas, y asi, jaja, cada vez se hacia mas dificil elegir!! Yo mientras tanto miraaaaba y miraba, fiel a mi desdeñable indecision, estaba perdidisima. Me decidiria por alguna?? Obviamente las que mas me gustaban eran las que costaban un ojo de la cara, que no estaba dispuesta a entregar. Asi que seguia mirando.
Al final decidimos y negociamos (bah, el macho, yo era mero adorno :D) nos llevamos 3 hermosas (y pesadisimas) alfombras por 1500Dh y una botella de whisky barato.
Youssef se tomo su tiempo para envolverlas y atarlas. Ya al llegar nos habia llamado la atencion la paz y la tranquilidad con las que hacen todo por aquí. De a poco nos ibamos acostumbrando y dejandonos llevar por eso tambien. Nadie los apura, no existe el “perder tiempo”, todo se hace con una parsimonia envidiable...
Cuando termino de envolverlas nos dijo que nos sentemos a fumar un puchito con el. Solo por el mero gusto de conversar de nada luego de un buen negocio para ambas partes. Mário aprovecho para sacar una foto de tan extraño momento. Y se puso mas extraño aun cuando Youssef dijo que luego deberiamos enviarsela. Y me pidio papel y lapiz para apuntarnos su direccion de e-mail!!! Le costaba un poco escribir, y pensaba mucho cada letra, y mientras nos contaba cómo habia dejado la escuela en tercer grado, apenas aprender a escribir en alfabeto latino. “El resto, para qué?”
Volvimos los tres al coche, nosotros dos un poco preocupados por haberlo dejado estacionado sobre la ruta. Youssef nos tranquilizaba diciendo que en los pueblos pequeños como ese, no habia de que preocuparse.
Cuando llegamos al coche, habia cuatro niñitos esperando a los dueños turistas que les regalarian cosas. Nos subimos los tres, y se quedaron paraditos junto a mi ventana, mirando con ojitos ansiosos. Abrimos un poco la ventana y se desato la hecatombe, una madeja de brazos se avalanzo dentro del coche intentando aferrar las biromes que Mário sostenia. Comenzó a repartirlas pero, la ley del mas fuerte, habia algunos que solo se quedaban con las tapitas. Youssef les ordeno que se tranquilizaran y se alejaran. Al principio no le hacian mucho caso, luego, viendo que era la unica manera, comenzamos de a poquito a cerrar la ventana, y fueron retirando los brazos uno a uno, algunos conformes con el botin, otros lloricosos, y uno que sostenia solo tapitas.
Pasado el terremoto, lo llevamos a Youssef y nos despedimos de él en la puerta del Mille et Une Nuits, con promesas de reencontrarnos el año que viene y un “á la prochaine fois!!!”
El camino hasta Zagora, más árido que desértico, no presentaba mas oportunidades fotográficas que a la ida, por lo que seguimos de largo. Paramos a la entrada de Zagora, donde habia varios buses de turistas, a ver si podiamos almorzar.
Buscando en nuestra fiel compañera, la guia de Miguel, nos decidimos por un Hotel/Restaurant llamado Hotel Vallée du Drâa. Tenia estacionamiento propio y parecia bastante popular. Dejamos el coche y al franquear la entrada nos encontramos con un precioso jardin con una fuente en el centro que tenia unas cuantas tortugas, jojojo!!. Nos situamos en una terracita frente a la fuente, toda tapizada y llena de almohadones como siempre. Comenzamos con una ensalada Marroquí y de primero, esta vez decidimos probar el Cous Cous, otro de los platos típicos de esta zona. Fue un almuerzo muy pacífico, muy a lo turista, y muy relajado. El Cous Cous probó ser delicioso, pero más llenador de lo que pensábamos, y al poco ya estábamos los dos sobándonos la barriga otra vez, jejeje. Finalizamos como siempre, con un espectacular té de menta que esta vez traia las hojas en el vaso. Todo nos costó alrededor de los 200Dh.
Ya con la barriga llena y el corazón más contento que antes, retomamos nuestra inspección del maravilloso Valle del Drâa, cuya parte más fértil se extiende por unos 95km entre Zagora y Agdz (donde habiamos comprado los turbantes!!)
Yo estaba en el paso intermedio entre sueño y vigilia. Senti que Mário se incorporaba. Calladamente me besó la frente y salió de la tienda.
Aun se veian algunas estrellas, pero solo por la magia del lugar, porque el cielo ya estaba claro. Faraji habia pasado la noche a la intemperie, por puro gusto nomas, al lado de una fogata.
Medio espiando, vi que Mário hablaba con Faraji. Al poco se dio media vuelta con una sonrisota enorme y se acercaba a la tienda a grandes pasos. “Nis!” lo escuché de lejos (es que le sale con acento portugués :p), me hice la que ya estaba despierta. “Dice Faraji que si nos apuramos, podemos ver el amanecer desde aquella duna!!” Asi que alla fuimos. Medio por las dudas, medio puro esperanza, llevamos las camaras de fotos, ambas con las baterias agotadas. Y tambien una botella de agua vacia (no, no somos tontos, era pa llenarla de arena!)
Subir me costo mas de lo que pensaba (tengo que dejar de fumar...) pero al final llegamos a la cima. Y ahí si que perdi el aliento, mas que por el esfuerzo, por la impresionante vista que teniamos...
Puro desierto....
Puede sonar a poco, pero creanme que es una vista inolvidable, indescriptible. Solo arena a tu frente, y al final, el horizonte, que se ponia cada vez mas rojizo. Iba a ser un amanecer de puta madre...
Alcanzabamos a ver al menos dos campamentos mas, alla a lo lejos. Y hacia atrás, descubrimos que nuestros camellos “pastaban” bastante lejos del nuestro. Faraji continuaba yendo y viniendo.
Nos dimos la vuelta, casi distraidamente, a esperar al glorioso Dios Sol. Y glorioso fue sin dudas, aquel amanecer. Sentados en lo alto de la duna, abrazados como si fuera el fin del mundo, una inmensa sonrisa en el rostro, y el corazon lleno por tener el privilegio de vivir esas cosas, ese amanecer, ese paisaje, esa paz, y este amor...
Nos olvidamos del mundo y nos quedamos un buen rato jugando en la arena, deslizandonos como si fuera nieve, metiendo la mano para sentir lo tibia que estaba por dentro, llenando la botella que con suerte nos acompañaria de vuelta, y admirando una y otra vez nuestro maravilloso entorno.
Al cabo nos acordamos de Faraji, y nos dimos la vuelta a ver donde andaba. Lo vimos a lo lejos, trayendo los camellos de vuelta al campamento. Él tambien nos vio, y nos hizo señas de que bajáramos a desayunar. Le hicimos caso, y emprendimos el descenso.
Desayunamos fuera, al costado de la carpa, al abrigo del solcito que calentaba cada vez mas. Obviamente el infaltable té de menta, y pan arabe con queso.
Y después... era hora del regreso. Esta vez cambiamos el orden, Mário por delante y yo detrás. Faraji conducía la minicaravana con la misma tranquilidad que a la vuelta. Yo, sin el peso de tener que sacar fotos (ya que no tenia camara) iba admirando el paisaje y reflexionando sobre lo que habiamos vivido (y concentrada en no sentir el dolor que el viaje me producia en los huesitos del trasero, que ya estaban sensibles de la ida... :p).
En medio del trayecto y sin previo aviso, faraji se detuvo y se lanzo de rodillas al suelo. Yo dije “Cagamos, le agarro justo la hora de rezar en pleno desierto!!”. Para mi inmensa sorpresa (y la de Mário, que me miró riendo), nuestro guia, de rodillas en la arena y con la cabeza gacha, estaba orinando. Pues... que la naturaleza llama, y hay que atenderla! Y me parecia poco probable que haya un baño publico en el desierto. Asi que ahí estabamos los dos, sentados en lo alto de sendos camellos, el de Mário quejandose porque habiamos parado, y nuestro guia meando en la arena.... Cuando termino, se paso unos buenos minutos limpiandose el miembro con arenita (ojo que yo nunca se lo vi, eh??)
Bueno, luego retomamos el viaje y con él, la reflexión y demás... jejeje
Al cabo de la hora y media de viaje llegamos otra vez a Les Mille et Une Nuits. Allí nos esperaba Youssef y compañía, con más té de menta. Estuvimos un rato conversando con ellos de nuestra experiencia, y les hicimos la promesa de que el año que viene volveríamos a por más. Una excursión de una semana hasta Erg Chigaga, donde se ven dunas de más de 600mts de alto...mmm... no suena nada mal, no??
Nos pegamos sendas duchas terriblemente balsamicas (y de paso me puse Hipoglós en el trasero, :P) y nos fuimos a la tienda de Youssef, jeje. A Mário le habian dicho que el desierto era la mejor zona pa comprar alfombras. Y hete aquí que la familia de Youssef hacia alfombras, y que él estaba bastante interesado en la botella de whisky que Mário alegaba tener.
Así que fuimos en el coche hasta el pueblito que habiamos pasado antes, y continuamos a pie por entre los laberinticos pasillos de la kasbah, hasta la tienda de Youssef. Fue como entrar en un mundo magico, “aladinico”, de alfombras voladoras, sultanes y lamparas, jejejep. La antigua construccion estaba enteramente forrada en alfombras, paredes y suelo cubiertos de todos los colores. En la planta de abajo se hacian, alli estaban los telares y madejas. Y en la parte de arriba se hacian los negocios :D
Primero empezo por enseñarnos los diferentes estilos, y a reconocer los diferentes hilos. Estilo del Drâa, berber, beduino... pelo de camello, algodón, hilo de seda... ya estábamos mareados. Luego de desplegar unas 25 alfombras de todos los colores y estilos, Mário le dijo que solo le interesaban amarillas, asi que desplegó unas quince mas, todas amarillas, y asi, jaja, cada vez se hacia mas dificil elegir!! Yo mientras tanto miraaaaba y miraba, fiel a mi desdeñable indecision, estaba perdidisima. Me decidiria por alguna?? Obviamente las que mas me gustaban eran las que costaban un ojo de la cara, que no estaba dispuesta a entregar. Asi que seguia mirando.
Al final decidimos y negociamos (bah, el macho, yo era mero adorno :D) nos llevamos 3 hermosas (y pesadisimas) alfombras por 1500Dh y una botella de whisky barato.
Youssef se tomo su tiempo para envolverlas y atarlas. Ya al llegar nos habia llamado la atencion la paz y la tranquilidad con las que hacen todo por aquí. De a poco nos ibamos acostumbrando y dejandonos llevar por eso tambien. Nadie los apura, no existe el “perder tiempo”, todo se hace con una parsimonia envidiable...
Cuando termino de envolverlas nos dijo que nos sentemos a fumar un puchito con el. Solo por el mero gusto de conversar de nada luego de un buen negocio para ambas partes. Mário aprovecho para sacar una foto de tan extraño momento. Y se puso mas extraño aun cuando Youssef dijo que luego deberiamos enviarsela. Y me pidio papel y lapiz para apuntarnos su direccion de e-mail!!! Le costaba un poco escribir, y pensaba mucho cada letra, y mientras nos contaba cómo habia dejado la escuela en tercer grado, apenas aprender a escribir en alfabeto latino. “El resto, para qué?”
Volvimos los tres al coche, nosotros dos un poco preocupados por haberlo dejado estacionado sobre la ruta. Youssef nos tranquilizaba diciendo que en los pueblos pequeños como ese, no habia de que preocuparse.
Cuando llegamos al coche, habia cuatro niñitos esperando a los dueños turistas que les regalarian cosas. Nos subimos los tres, y se quedaron paraditos junto a mi ventana, mirando con ojitos ansiosos. Abrimos un poco la ventana y se desato la hecatombe, una madeja de brazos se avalanzo dentro del coche intentando aferrar las biromes que Mário sostenia. Comenzó a repartirlas pero, la ley del mas fuerte, habia algunos que solo se quedaban con las tapitas. Youssef les ordeno que se tranquilizaran y se alejaran. Al principio no le hacian mucho caso, luego, viendo que era la unica manera, comenzamos de a poquito a cerrar la ventana, y fueron retirando los brazos uno a uno, algunos conformes con el botin, otros lloricosos, y uno que sostenia solo tapitas.
Pasado el terremoto, lo llevamos a Youssef y nos despedimos de él en la puerta del Mille et Une Nuits, con promesas de reencontrarnos el año que viene y un “á la prochaine fois!!!”
El camino hasta Zagora, más árido que desértico, no presentaba mas oportunidades fotográficas que a la ida, por lo que seguimos de largo. Paramos a la entrada de Zagora, donde habia varios buses de turistas, a ver si podiamos almorzar.
Buscando en nuestra fiel compañera, la guia de Miguel, nos decidimos por un Hotel/Restaurant llamado Hotel Vallée du Drâa. Tenia estacionamiento propio y parecia bastante popular. Dejamos el coche y al franquear la entrada nos encontramos con un precioso jardin con una fuente en el centro que tenia unas cuantas tortugas, jojojo!!. Nos situamos en una terracita frente a la fuente, toda tapizada y llena de almohadones como siempre. Comenzamos con una ensalada Marroquí y de primero, esta vez decidimos probar el Cous Cous, otro de los platos típicos de esta zona. Fue un almuerzo muy pacífico, muy a lo turista, y muy relajado. El Cous Cous probó ser delicioso, pero más llenador de lo que pensábamos, y al poco ya estábamos los dos sobándonos la barriga otra vez, jejeje. Finalizamos como siempre, con un espectacular té de menta que esta vez traia las hojas en el vaso. Todo nos costó alrededor de los 200Dh.
Ya con la barriga llena y el corazón más contento que antes, retomamos nuestra inspección del maravilloso Valle del Drâa, cuya parte más fértil se extiende por unos 95km entre Zagora y Agdz (donde habiamos comprado los turbantes!!)
Era difícil parar por fotos ya que la banquina era muy angosta como para parar y habia pocas salidas de la ruta por donde meterse.
Al cabo de un rato, por fin encontramos un hueco entre las palmeras y pudimos aparcar el coche bajo un árbol. Cámara en mano, nos bajamos a por un par de fotos de concurso y a disfrutar con la paz tipica de estar de vacaciones, de ese maravilloso entorno. A los cinco minutos de estar ahí, aparecio gente de todos lados, jojo!! Nos sentimos un poco intimidados pero decidimos ignorarlos y surtió efecto porque nadie nos molestó. Nos subimos al coche y seguimos camino.
A lo largo del todo el camino se ven restos de Kasbahs en ruinas y alguna que otra habitada. Asi como tambien pueblitos de una sola calle (la ruta) con hombres, y niños que van y vienen aparentando estar ocupados (bueno, recuerden que las mujeres cargan paja de aquí para alla :D) Lo más tipico del Vallée du Drâa son sus palmeraies, inmensas extensiones de palmeras en cantidades que jamás habia visto en mi vida. Esto, en conjunción con el colorido de las montañas y la gracia de las kasbahs y ruinas, dotan el paisaje de una magia única. De vez en cuando, en la cuenca del Río Drâa, bastante vacía por estos dias, se veían unos cuantos charcos enormes de agua que daban reminiscencias de pequeños oasis perdidos en tanto desierto.
Pasando Agdz, casi llegando a Ouarzazate, nos sorprendió la noche. Nos habían dicho que por la noche había que conducir con cuidado porque no era obligatorio usar las luces (My God!!) Pero ya habíamos probado que eso era solo en las urbanizaciones, y en la ruta no habia problema.
Como ya no teniamos luz para admirar el paisaje, la charla se volvio más hacia adentro. Adoro esas charlas con mi Luigi. Es tan elocuente, claro, y sobre todo 100% sincero en sus palabras… puedo escucharlo por horas, deleitandome con el hilado de sus pensamientos, con la dulzura de sus palabras, con la sinceridad de sus confesiones…
Casi sin darme cuenta (ya saben como los coche que conduzo llegan solos a destino :D) llegamos a Ouarzazate. Ya nos parecia vagamente familiar, y eso que habiamos estado ahí solo un par de horas. Con la ayuda de nuestra guia, ubicamos el hotel de nuestra eleccion, el Hotel Royal. Mi principe se bajo a hacer las averiguaciones correspondientes y volvio sonriente una vez más, con una anécdota para contarme. En la puerta del hotel le habia increpado un tipo. Acostumbrados ya al acoso a los turistas, lo descarto sin mas y siguió camino. El tipo, en tono de broma, lo apuro, diciendole si tenia algun problema con el. Y palabra va, palabra viene, llego a enterarse de que era Abdul, el mismisimo hermano del Sr. Mustafá, el que nos habia vendido la excursión al desierto!!
Dejamos nuestras cosas en nuestra nueva habitación y volvimos a recepcion, pasaporte en mano, para hacer el check in. Los formularios ya nos esperaban sobre el mostrador, pero no habia ningun recepcionista a la vista!! Nos asomamos un poco y descubrimos al recepcionista de rodillas en el suelo… estaba rezando!! Y claro, si ya eran las 7 y pico. Llenamos nuestros formularios en silencio y esperamos un momento a que nuestro interlocutor acabara sus plegarias. Finalizado el tramite, volvimos a la habitación a por abrigo y salimos a deambular por las pocas calles de Ouarzazate.
Mário estaba loco por mostrarme el “negocio” de Mustafa, asi que nos metimos en las laberinticas calles del mercado. Su, a veces, prodigiosa memoria nos llevo directo a destino. Alli estaban no solo Mustafa y su hermano ( y nuevo amigo de Mário) Abdul, si no tambien el padre de ambos. Luego de una breve charla sobre la excursión al desierto, y la promesa de pasar más tarde o a la mañana siguiente (Mustafa nos habia invitado a cenar a su casa, cosa muy comun según habiamos aprendido de la guia) nos despedimos con la palabra de que volveríamos. Mustafá no pudo dejar de despedirse con un “cuida bien de tu novia!!” (jajaja) a lo que Mário respondio abrazandome apretadamente en señal de... no sé de que, jajaja.
Luego dimos una breve vueltecita por el mercado, y salimos a la calle principal. Ya teniamos hambre otra vez, pero a esta altura preferiamos algo mas bien liviano. Nos metimos en el primer restaurante que nos parecio lo suficientemente pijo para nosotros :p y nos fuimos directo a la terraza. Cenamos brochettes y ensalada, nada escandaloso, y como siempre, nuestro broche de oro amigo... un buen té de menta....
No deben haber sido mas de las 10 de la noche cuando regresamos al hotel. Nosotros nos sentiamos como si fuesen las 5 de la mañana... Y ansiabamos la paz de la noche anterior...
Al cabo de un rato, por fin encontramos un hueco entre las palmeras y pudimos aparcar el coche bajo un árbol. Cámara en mano, nos bajamos a por un par de fotos de concurso y a disfrutar con la paz tipica de estar de vacaciones, de ese maravilloso entorno. A los cinco minutos de estar ahí, aparecio gente de todos lados, jojo!! Nos sentimos un poco intimidados pero decidimos ignorarlos y surtió efecto porque nadie nos molestó. Nos subimos al coche y seguimos camino.
A lo largo del todo el camino se ven restos de Kasbahs en ruinas y alguna que otra habitada. Asi como tambien pueblitos de una sola calle (la ruta) con hombres, y niños que van y vienen aparentando estar ocupados (bueno, recuerden que las mujeres cargan paja de aquí para alla :D) Lo más tipico del Vallée du Drâa son sus palmeraies, inmensas extensiones de palmeras en cantidades que jamás habia visto en mi vida. Esto, en conjunción con el colorido de las montañas y la gracia de las kasbahs y ruinas, dotan el paisaje de una magia única. De vez en cuando, en la cuenca del Río Drâa, bastante vacía por estos dias, se veían unos cuantos charcos enormes de agua que daban reminiscencias de pequeños oasis perdidos en tanto desierto.
Pasando Agdz, casi llegando a Ouarzazate, nos sorprendió la noche. Nos habían dicho que por la noche había que conducir con cuidado porque no era obligatorio usar las luces (My God!!) Pero ya habíamos probado que eso era solo en las urbanizaciones, y en la ruta no habia problema.
Como ya no teniamos luz para admirar el paisaje, la charla se volvio más hacia adentro. Adoro esas charlas con mi Luigi. Es tan elocuente, claro, y sobre todo 100% sincero en sus palabras… puedo escucharlo por horas, deleitandome con el hilado de sus pensamientos, con la dulzura de sus palabras, con la sinceridad de sus confesiones…
Casi sin darme cuenta (ya saben como los coche que conduzo llegan solos a destino :D) llegamos a Ouarzazate. Ya nos parecia vagamente familiar, y eso que habiamos estado ahí solo un par de horas. Con la ayuda de nuestra guia, ubicamos el hotel de nuestra eleccion, el Hotel Royal. Mi principe se bajo a hacer las averiguaciones correspondientes y volvio sonriente una vez más, con una anécdota para contarme. En la puerta del hotel le habia increpado un tipo. Acostumbrados ya al acoso a los turistas, lo descarto sin mas y siguió camino. El tipo, en tono de broma, lo apuro, diciendole si tenia algun problema con el. Y palabra va, palabra viene, llego a enterarse de que era Abdul, el mismisimo hermano del Sr. Mustafá, el que nos habia vendido la excursión al desierto!!
Dejamos nuestras cosas en nuestra nueva habitación y volvimos a recepcion, pasaporte en mano, para hacer el check in. Los formularios ya nos esperaban sobre el mostrador, pero no habia ningun recepcionista a la vista!! Nos asomamos un poco y descubrimos al recepcionista de rodillas en el suelo… estaba rezando!! Y claro, si ya eran las 7 y pico. Llenamos nuestros formularios en silencio y esperamos un momento a que nuestro interlocutor acabara sus plegarias. Finalizado el tramite, volvimos a la habitación a por abrigo y salimos a deambular por las pocas calles de Ouarzazate.
Mário estaba loco por mostrarme el “negocio” de Mustafa, asi que nos metimos en las laberinticas calles del mercado. Su, a veces, prodigiosa memoria nos llevo directo a destino. Alli estaban no solo Mustafa y su hermano ( y nuevo amigo de Mário) Abdul, si no tambien el padre de ambos. Luego de una breve charla sobre la excursión al desierto, y la promesa de pasar más tarde o a la mañana siguiente (Mustafa nos habia invitado a cenar a su casa, cosa muy comun según habiamos aprendido de la guia) nos despedimos con la palabra de que volveríamos. Mustafá no pudo dejar de despedirse con un “cuida bien de tu novia!!” (jajaja) a lo que Mário respondio abrazandome apretadamente en señal de... no sé de que, jajaja.
Luego dimos una breve vueltecita por el mercado, y salimos a la calle principal. Ya teniamos hambre otra vez, pero a esta altura preferiamos algo mas bien liviano. Nos metimos en el primer restaurante que nos parecio lo suficientemente pijo para nosotros :p y nos fuimos directo a la terraza. Cenamos brochettes y ensalada, nada escandaloso, y como siempre, nuestro broche de oro amigo... un buen té de menta....
No deben haber sido mas de las 10 de la noche cuando regresamos al hotel. Nosotros nos sentiamos como si fuesen las 5 de la mañana... Y ansiabamos la paz de la noche anterior...